Tratado VIII.

Andaba yo por la calle cuando me encontré con un mendigo. Llevaba unos pantalones verdes oscuros con parches rojos que supongo que fueran para tapar agujeros. Se me acercó y me dijo:

-¿Qué hace un joven como tú por aquí sin un amo al que ayudar?

-Verás, acabo de escapar de mi antiguo amo ya ahora estoy en busca de otro.

-¡Oh! El otro día al pasar al lado de una zapatería oí que necesitaban a alguien joven para que les ayudase con la tienda, creo que podrías ser de gran utilidad.

-Muchas gracias, señor.

-De nada, no tengo otra cosa que hacer. Ven, sígueme.

Me acompañó hasta la zapatería, y cuando entramos explicó a los dueños mi situación y me ‘contrataron’, por decirlo de alguna manera. La mujer era muy simpática, pero el hombre solo lo era con sus clientes. Era muy malo, no logro comprender porque la mujer se casó con un hombre así, me tenía hasta la madrugada arreglando y preparando zapatos y sólo podía dormir 4h. Apenas me alimentaba, aunque yo mendigaba por la calle para no morir de hambre.

Un día, entró un cliente que era amigo del zapatero, y estuvo contándole sus penas, hasta que tocó un tema interesante:

Por lo que yo estuve escuchando, era el dueño de un pequeño hotel, y necesitaba urgentemente la ayuda de un buen pícaro que le ayudara a él y a su familia.

Lo bueno es que mi amo le dijo que yo ya había acabado con mi trabajo en la zapatería y que podía servirle de gran ayuda. Yo, contento, ya que por lo que hablaba era encantador, caminé con mi nuevo amo hasta el hotel, donde, para ser pequeño, había mucha gente.

Su mujer era maravillosa, cocinaba genial, y cuando sobraba comida, me la daba, así que nunca pasé hambre en esa casa.

Y así, Vuestra Merced, viví cambiando sábanas, toallas, etc. hasta que mi amo desgraciadamente murió.

Publicado el abril 6, 2017 en Hemeroteca 15-17, Libro de 3ºC y etiquetado en , . Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.

Deja un comentario