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El Unamuno de Rubén Díez

-¡Se acabó! – exclamó el joven.

-¿Cómo dices? – Preguntó Rubén.

– Lo que ha oído, don Rubén. Ya no trabajo más en esa obra. No quiero ser el pobre sin amor, sin familia, que no va tener un final feliz ;  que va vestido harapos y que pasa frío y hambre…

¡He dicho no!

Me quedé mirando por la ventana con cara de sorpresa. mi obra se había parado. El protagonista no quería seguir.

-Tú no entiendes nada. Tú no puedes decidir, estás bajo las órdenes de mi bolígrafo. Solo eres un personaje de ficción que yo me he inventado.

-¡Bueno! – exclamó, entonces yo me pregunto: ¿por qué el relato? ¿por qué no cambia el final? ¿qué le cuesta hacerme un joven feliz?

– ¡Imposible! – le contesté.

Tú no comprendes a un escritor. Cuando la novela está construida en nuestra cabeza nada ni nadie puede cambiarla. Un silencio llenó la habitación, un silencio que duró horas, un silencio que sigue ahí, porque en ese momento, mi bolígrafo se negó a plasmar mis palabras, y mi novela se quedó sin final.

Todavía me pregunto: ¿fue él quien decidió?

Historia a la carta

Érase una vez, en la escuela,…

-«¡Como que en la escuela, Aram!», dijo el personaje. «Yo quiero estar un lugar tranquilo, con vistas al mar,… ¡Ya lo tengo, al Caribe!», dijo el niño.
-«Volvamos a empezar entonces», dije yo.

Érase una vez, en el Caribe, un niño llamado Francisco Javier…

-«No había un nombre más feo, ¿no?, ¿no me podrías haber llamado Marcos o Juan o otro distinto?»

Yo asentí y me dispuse a comenzar la historia pero de repente me dijo:

-«¡Nooooo!, ¿no te importaría dejarme estudiar una media hora antes de comenzar?, es que me han puesto un examen de literatura muy difícil y todavía no he estudiado nada», dijo el niño.
-«¡No!», chillé yo.
-«Pues luego le dices tú a Ana que he suspendido porque no me has dejado estudiar», dijo el niño.
-«Ya modifico yo la historia para que saques un 6,5.»
-«¡Solo!», exclamo el niño.
-«Qué quieres, si no has estudiado», dije con una sonrisa perversa en la cara, «¡y déjame en paz que voy a seguir la historia!»

Érase una vez, en el Caribe, un niño llamado Marcos llegó en una patera todo deshidratado y quemado por el Sol. Una caribeña lo recogió y lo llevó al hospital más cercano. Los doctores no daban crédito a lo que veía, había conseguido cruzar el charco en una barca y sin provisiones. Durante su estancia en el hospital, no paraba de repetir una cosa que era:

-«Tengo que estudiar, tengo que estudiar…» decía casi sin fuerzas Marcos.

La cosa no le fue muy bien, tuvieron que operarle porque necesitaba un trasplante de riñón debido a que había quedado gravemente dañado…

-¡Ya has acabado o qué!, replicó Marcos, «¡no hay forma de hacerme la vida más penosa!»
-¡Así no hay quién escriba nada!, ¡tú eres mi creación y tienes que acatar mis órdenes!», repliqué yo.

Finalmente Marcos murió en medio de la operación porque su creador así lo deseó.

El fatal día de playa de Estanislao

Era un día caluroso en la playa de Berria. Estaba Estanislao divirtiéndose en el agua distraído totalmente, hasta que uno de los socorristas de esa zona clavó en la arena la bandera roja.

Como no se dio cuenta de que habían puesto la bandera roja, pues siguió bañándose hasta que vino una ola y se ahogó.

– Estanislao: ¡Pero cómo me voy a ahogar yo, si soy el personaje principal de esta novela!

– Autor: Ya lo sé, pero si te ahogas o no, es decisión mía porque soy tu creador.

– Estanislao: Pero no me acabo de enterar, ¿por qué no sobrevivo?

– Autor:  Es que yo no quiero que sobrevivas porque si no tendría que trastocar todas mis ideas para terminar de escribir el libro.

– Estanislao: Vale, entonces ahora que lo sé, me muero sin problemas.

El socorrista salvó a Estanislao, y probó a hacerle el boca a boca, el masaje cardíaco (y todo lo que se suele hacer a una persona que se ahoga). Estanislao desgraciadamente no pudo sobrevivir porque permaneció mucho tiempo debajo del agua y finalmente se celebró su entierro.

 

 

El tito Telle ¡¿ No quiere dar caramelos ?!

Cualquier parecido de los personajes de este relato con la realidad es pura coincidencia.

Era un día soleado y alegre, se podía  respirar el entusiasmo de la mañana en el cálido aire de verano, en una sencilla casa de un sencillo lugar vivía un sencillo hombre y sus vacas.

Todas las mañanas el Tito Telle salía a pasear por el parque, se sentaba en sus bancos y en ocasiones les daba algún que otro caramelo a los niños que a su alrededor jugaban pero…

Un mal día Telle no pudo ir a ver a los niños.

– Telle: Como que no puedo ver a los niños,  yo quiero verlos y lo aré porque soy el dueño de mi vida.

– Autor:  No, tú solo eres un ente creado sin ningún parecido con la realidad, y cualquier coincidencia con la vida real con tu persona es una simple y llana coincidencia, además no puedes ir

porque te ha dado un fallo renal, que no se lo que es pero suena a que morirás en cuatro días.

– Telle: Me quieres matar, maldito sádico, y no solo te conformas con eso quieres privarme de  mi único placer en la vida, debes pensar en los niños ¿ Quién les dará ahora los caramelos que tanto les gustan ?

– Autor: Tu muerte esta más que preparada, te suplantará un hombre, solo sé que es vasco, y para que los lectores se acuerden de ti pondré Tito delante de su nombre por ejemplo: el Tito Pol.

– Telle: Algún día alguna persona creerá tanto en mí, que me materializare y sufrirás la terrible ira del Tito Telle.

Entonces el Tito se dispuso a morir en su simple habitación solo y triste por la veracidad de su existencia y la suplantación de su persona como si de una bombilla se tratara.