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LA REGENTA

Era asqueroso aquel beso de Celedonio, cuando todo hubo acabado.
Aquellas naúseas que la había provocado y a la vez la había salvado la vida.
¡Pero qué vida aquella! Si ella no necesitaba seguir viviendo, si era una traidora que ya no tenía perdón que valiese. Vista y juzgada en la sociedad, sin una honra que mantener porque ya la había perdido toda. No se merecía seguir viviendo, por aquella locura, aquel adulterio cometido. Con el cual lo había terminado de perder todo, a su marido y sobre todo el respeto.
¿Para qué iba a seguir con esa vida? Si ella era una pecadora que no tenía perdón, había traicionado y tirado todo lo que poseía hasta el momento, y no se había dado cuenta hasta entonces. Así terminó la triste vida de la Regenta.

Las frustraciones de La Regenta

Qué sensación más asquerosa recorrió por todo su cuerpo. Jamás sintió una tan mala sensación, aquella era pasar todos sus límites, era demasiado repugnante. Tras aquel atroz hecho no se  pensó que esto por casualidad había ocurrido, sino que debía ser una señal del destino o una manera en le que Dios la indicaba que volviera a ser la fiel beata que era antaño. Frustrada, agobiada e indecisa no imaginó que el afeminado Celedonio pudiera ser el «príncipe azul» que le  recuperara sus ganas de vivir, pues este sería como un soplo de aire fresco en su vida, un bocanada de ilusión, un clavo al que agarrarse para permanecer respirando. Arrepentida de todo su pasado, quiso dejar de ser aquella mujer sin honra, joven pero con sentimiento viejo y adúltera, y poder ser como un canon ideal de mujer. Feliz con la nueva vida que le había otorgado Dios forma una familia junto a Celedonio.

 

La peor de la sensaciones

¡Qué asqueroso fue aquel horrible beso! Fue la sensación de que un sapo le besaba. La experiencia fue de las más horribles que se pueden imaginar, pero se lo merecía, se lo merecía por haber cometido el pecado de ser infiel a su marido ¿Cómo pudo tener valor aquel impresentable de darle un beso mientras se encontraba inconsciente? En el fondo daba lástima el asco que produjo aquel beso, pues nadie se merece que por el simple hecho de dar un beso produzca un sentimiento repugnante en la otra persona.

 

LA REGENTA

¿Cómo aquello le había ocurrido a ella, ella que soñaba con una vida feliz al lado de un príncipe azul?

Ella, que había tenido una buena posición social, era ahora despreciada y humillada. Solitaria y desolada se lamentaba de la desconsideración con la que había tratado a su marido al traicionarlo sucumbiendo a sus más íntimos deseos. Se detestaba, no entendía cómo podía haber llegado alguien al punto de romper la confianza del matrimonio. ¿Iría al infierno?,  comenzó a sentir escalofríos que le sacudieron todo el cuerpo.

Perder su dignidad hasta el punto de que un simple acólito afeminado como era Celedonio se aprovechara de ella, era poco castigo.

Cada vez se sentía con menos fuerza, lo que antes le producía placer, ahora le espantaba, un simple roce de su mano con otra piel le provocaba espasmos, y poco a poco el mundo se iba desvaneciendo a su alrededor, se diluía, desaparecía sin contacto, sin aroma, sin gusto, sin sonido … el silencio.

 

La Regenta

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo. La Regenta cuando se percató de quién la había besado se desmayó del susto, ella estaba tirada en el suelo, pero que se había creído este sinvergüenza, que la podía besar, no tiene pocos problemas como para que venga este sucio y asqueroso y la bese, que si lo hubiera hecho por ejemplo Don Álvaro, un chico apuesto, inteligente, educado, vamos, un chico ideal sí que se hubiera dejado, pero que la bese Celedonio, eso no se lo consiento de ninguna manera, además lo que más la ha sorprendido es que la haya besado a pesar de todo lo ocurrido, ojalá todo aquello solo hubiera sido un sueño, un producto de su imaginación, pero lo dudo ya que si hubiera sido todo aquello un sueño, no hubiera estado Celedonio y, si hubiera estado, en todo caso hubiera sido una pesadilla de la que se hubiera despertado del susto. La Regenta se despertó y se encontró en una cama y al lado se encontraba Celedonio.

 

LA REGENTA 2.0

Estaba en ese asqueroso edificio que olía a moho y estaba lleno de polvo al cual solo fue para confesarse

y lo que tenía que aguantar en la cola… ¡El edificio estaba lleno de beatas! Parecía que nunca iría a acabar

aquello y que las beatas habían contado sus pecados y todos los de sus familiares hasta que al fin se fue la

última y la más bajita y gorda parecía un botijo. En cuanto llegó al confesionario la entró la sensación

de que iba a pasar algo raro o algún presentimiento malo la entró a través de un escalofrío por todo su

cuerpo que la recorrió durante varios segundos de arriba hacia abajo. La verdad es que lo que la pasó no

se la imaginaría ni de broma. El caso es que se la abalanzó, la cosa más grande que había visto en su vida,

ese hombre parecía un gorila, además de pegar los mejores sustos en el momento oportuno. Aunque se dio

media vuelta y ahí es cuando lo empezó a notar que no estaba en buen estado aunque no le quiso ayudar a entrar

en la capilla porque la podía comer perfectamente a ella y a todas las beatas que habían estado allí y todavía se

quedaría con hambre.

La cosa es que entró Celedonio, el hombre más defectuoso, feo, desgarbado, gordo y enano que podríais ver,

lo peor no es eso, sino que la besó al estar desmayada y prefería que la hubiese besado un perro pulgoso, pero

la tocó y en cuanto recuperó el conocimiento llamó al 112  y le denunció por abuso.

 

 

La Regenta

[…] Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Pero que se ha creído este personaje, que puede hacer lo que le dé la gana, pase que todo el pueblo haya pasado de ella como si fuese un perro, y que su marido haya muerto, pero no por ello iba a estar tan desesperada como para dejarse besar por alguien que parece un “sapo”. Además de todo esto, lo hizo a traición, estaba claro que si se lo propone le arrea un guantazo que se le quita la tontería de por vida. Y espera que no  haya cogido alguna enfermedad, y se ponga peor de lo que ya  está, porque lo mismo no se ha lavado los dientes en su vida, quizás no sepa ni lo que es lavarse los dientes con un cepillo, y el resto del cuerpo más de lo mismo. Y qué piensa hacer ella, está claro que no podría seguir así, con esta ya ha tocado fondo, pero tiene que levantar la cabeza y recuperarse de una vez, o si no le pasaría factura.

Frustración

Una vez cobró el sentido, notó cómo la besaba un frío y asqueroso sapo.

No, no era un sapo, era un hombre muy feo y repulsivo, era Celedonio.

¡Por todos los santos! A punto de desmayarme de nuevo, ¡cómo se atreve Don Celedonio!

Una vez de pie, le propinó una sonora bofetada que le dejó una gran marca roja en la cara. Celedonio, no reaccionó al instante, ¡qué vergüenza! Había abusado de su confianza, y se sentía muy mal consigo mismo.  La miró en silencio implorándola perdón ¡qué desfachatez! Cómo osaba dirigirla la palabra después de lo que la había hecho, ¡qué agraviada!, alrededor no se veía a nadie, podía salir y olvidarlo todo. En el fondo solo había sido un mal día. Sin mirar atrás salió despacio. Pasearía un momento por el parque se sentía algo mejor pero mareada. Ya era hora de regresar a casa, pues ya estaba oscureciendo y no eran horas  para merodear por las calles de Vetusta. Al fin en casa cenando, todo era ya más lejano, todo había sido muy raro pero ya acabó. No recuerda bien lo que pasó, tal vez fue un sueño.

 

 

Consternada y humillada

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.

Era humillada por todo el pueblo, no iba a permitir que alguien tan desagradable y repugnante como era Celedonio se aprovechara de esa manera. No obstante, no era el lugar ideal para reprocharle lo sucedido aunque nunca iba haber un lugar idealizado para aquel acontecimiento.

¡Y qué nauseas sentía! Pero él no era consciente de nada e intentaba hacerse el inocente, lo cual no le estaba funcionando ni de lejos ¿Para qué protestarle? Sería inútil. Él seguía arrodillado como si tuviera alguna oportunidad, no pensaba si quiera en lo poco prudente que ha sido su arrebato y el daño moral que ha podido causar. ¿Para qué seguir en aquel sitio? ¿Y a dónde iba a ir sino? No había sitio para ella en aquel pueblo. ¿Podría recuperar la estima? Estaba claro que no. Y qué iba hacer más que lamentarse por su desgraciada vida la pobre Ana. Ya estaba todo perdido para ella, nunca iba poder permitirse quitarse aquella mala fama que había heredado de su familia y que se había sumado a lo sucedido recientemente ¡Pobre de mí!-se repetía varias veces.

 

La Regenta

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
Aquel momento en el que se dio cuenta de que lo que le había sucedido era real no supo ni qué decir, ni qué hacer ¡qué asco le dio haber tocado los labios de ese hombre! Sentía que a causa del terrible suceso que había vivido iba a vomitar en cualquier momento, y el mal cuerpo y la sensación de que todo le daba vueltas que tenía después de desmayarse tampoco la ayudó mucho.
La sensación causada al abrir los ojos y tener ante ella a ese ser, fue más que suficiente para que prefiriese no haber vuelto a la vida si esa era la manera, pues el asco y la rabia que sintió hicieron que se formara en su interior un gran deseo de pegar a Celedonio.
De mientras que la Regenta continuaba tumbada en el suelo, comenzó a pensar en lo que debía hacer y por una parte quería levantarse y revelarse contra ese miserable hombre, pero por otra prefería permanecer tumbada en el suelo, para así no regresar al pueblo en el que ella sabía que no iba a poder cambiar su mala fama.